Una taza de café
De repente todo se fue a negro, mi corazón explotó, eso sentí, perdí la noción del tiempo mientras mi cabeza se estrellaba contra el teclado en el escritorio, mi café se derramó, ese exquisito café, sobre los papeles y carpetas, y ese aroma fue lo último que sentí…
***
“La empresa más productiva del año” o “Ni siquiera los chinos o japoneses podrían ganarnos” eran las frases que se escuchaban por los pasillos de la empresa, en las reuniones de trabajo, en los discursos del Gerente… y sí que lo éramos, una empresa muy competitiva, con altas metas, con gente dispuesta a cumplir los objetivos a como dé lugar…
La ambición de los dueños era alta, así como los bonos por el cumplimiento de metas, que, digámoslo, eran la gran recompensa al trabajo y gran esfuerzo que realizábamos... Ah y el café, un misterioso, pero delicioso y aromático café que, en otro esfuerzo hecho por la empresa para incentivarnos, era gratis!...
Llegaron un día, hace un tiempo, e instalaron las máquinas. En todos los pisos, en todas las oficinas importantes y en las salas de reuniones. Café de grano para todos. Era imposible iniciar la jornada sin ese aromático elixir, que quita el sueño y te da ánimos… bueno, antes no era tan bueno para el café, pero me puse un poco adicto jajajja, quizás no es esa la palabra pero sí, y no a cualquiera, sino a ese café que trajeron e instalaron un día...
Sólo con una taza las ideas empezaban a brotar, el papeleo se hacía hasta entretenido y uno podría enfocarse en lo que correspondía… una segunda taza y más energía, concentración… la quinta taza ya quitaba el hambre… bueno, y sin hambre no hay hora de colación, por lo que aprovechábamos de avanzar en nuestro trabajo, el bono estaba cada vez más cerca y eso hacia todo más interesante, porque es evidente que todos trabajamos por plata, no?, bueno yo sí, y si más producía, más ganaba!!!
Mis compañeros también eran competitivos, y eso hacia todo más entretenido, porque había metas grupales e individuales. Entonces manos a la obra. Ahhh, pero antes una taza del muy rico café, ese que nos “inyectamos a la vena” para estar más alertas y ser más productivos…
Algunos días la hora de salida no era relevante. Nos quedábamos una o dos horas más trabajando, llegábamos a casa pensando en que hacer para avanzar, pero eso de “llevarse pega para la casa no es bueno”, eso nos decían, pero por otro lado, “mientras más produces más ganas, no? je je…
La frase “ni siquiera los chinos o japoneses podrían ganarnos” era toda una verdad, ellos estarían impresionados, acá la gente superaba los límites de producción, algunos trabajaban al menos unas 15 horas diarias “como si nada”, siempre acompañado de su exquisito café, indispensable y necesario para avanzar, ya que aclaraba las ideas y energizaba lo necesario, todo un combustible.
Reconozco que trabajar unas 16 horas de manera constante durante una semana fue mucho, pero los bonos compensaban. Mis amigos (que casi ya no veía hace meses por el trabajo) me miraban extrañados y mis padres se preocuparon un poco “eres joven, pero no te exijas demasiado”… típicas preocupaciones: “mira esas ojeras”, “haz bajado mucho de peso”, “tus pupilas están muy dilatadas”, “ese temblor en las manos” o el “nerviosismo con el que andas” fueron las últimas frases que escuche antes de salir y cerrar la puerta. No quería escuchar eso, menos de gente perdedora que no sabe que para lograr cosas hay que trabajar muy duro en la vida…
Fue un martes, temprano, hacia la fila para sacar mi primer café del día, un poco nervioso, tembloroso en realidad… cuando sacaron al colega Brand en una bolsa negra. El tipo “pasaba de largo” trabajando, no dormía y generalmente no salía a almorzar. Sólo él, su computador y su café. Murió apoyado en el teclado aun con un poco de café en la boca. Ese exquisito café que te energiza para poder seguir, compañero fiel en el trabajo.
Dos días después fue la Sra. Alfonsina y el colega Gallardo. “Mucho trabajo” decían por el pasillo, “mucho trabajo” decía el informe del médico. Era como una epidemia: la gente moría en su escritorio, en el baño, tecleando, recibiendo pedidos, negociando con los proveedores. Todos morían derramando ese café gratis, delicioso, misterioso, al alcance de tu mano, siempre disponible.
Y si, fue ese aroma lo que me envolvió como un manto antes de sentir como mi corazón explotó y mi cabeza se estrelló contra el teclado… el aroma de ese exquisito elixir de muerte...
Todos los derechos reservados. 2019 Kurt Goldman
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“La empresa más productiva del año” o “Ni siquiera los chinos o japoneses podrían ganarnos” eran las frases que se escuchaban por los pasillos de la empresa, en las reuniones de trabajo, en los discursos del Gerente… y sí que lo éramos, una empresa muy competitiva, con altas metas, con gente dispuesta a cumplir los objetivos a como dé lugar…
La ambición de los dueños era alta, así como los bonos por el cumplimiento de metas, que, digámoslo, eran la gran recompensa al trabajo y gran esfuerzo que realizábamos... Ah y el café, un misterioso, pero delicioso y aromático café que, en otro esfuerzo hecho por la empresa para incentivarnos, era gratis!...
Llegaron un día, hace un tiempo, e instalaron las máquinas. En todos los pisos, en todas las oficinas importantes y en las salas de reuniones. Café de grano para todos. Era imposible iniciar la jornada sin ese aromático elixir, que quita el sueño y te da ánimos… bueno, antes no era tan bueno para el café, pero me puse un poco adicto jajajja, quizás no es esa la palabra pero sí, y no a cualquiera, sino a ese café que trajeron e instalaron un día...
Sólo con una taza las ideas empezaban a brotar, el papeleo se hacía hasta entretenido y uno podría enfocarse en lo que correspondía… una segunda taza y más energía, concentración… la quinta taza ya quitaba el hambre… bueno, y sin hambre no hay hora de colación, por lo que aprovechábamos de avanzar en nuestro trabajo, el bono estaba cada vez más cerca y eso hacia todo más interesante, porque es evidente que todos trabajamos por plata, no?, bueno yo sí, y si más producía, más ganaba!!!
Mis compañeros también eran competitivos, y eso hacia todo más entretenido, porque había metas grupales e individuales. Entonces manos a la obra. Ahhh, pero antes una taza del muy rico café, ese que nos “inyectamos a la vena” para estar más alertas y ser más productivos…
Algunos días la hora de salida no era relevante. Nos quedábamos una o dos horas más trabajando, llegábamos a casa pensando en que hacer para avanzar, pero eso de “llevarse pega para la casa no es bueno”, eso nos decían, pero por otro lado, “mientras más produces más ganas, no? je je…
La frase “ni siquiera los chinos o japoneses podrían ganarnos” era toda una verdad, ellos estarían impresionados, acá la gente superaba los límites de producción, algunos trabajaban al menos unas 15 horas diarias “como si nada”, siempre acompañado de su exquisito café, indispensable y necesario para avanzar, ya que aclaraba las ideas y energizaba lo necesario, todo un combustible.
Reconozco que trabajar unas 16 horas de manera constante durante una semana fue mucho, pero los bonos compensaban. Mis amigos (que casi ya no veía hace meses por el trabajo) me miraban extrañados y mis padres se preocuparon un poco “eres joven, pero no te exijas demasiado”… típicas preocupaciones: “mira esas ojeras”, “haz bajado mucho de peso”, “tus pupilas están muy dilatadas”, “ese temblor en las manos” o el “nerviosismo con el que andas” fueron las últimas frases que escuche antes de salir y cerrar la puerta. No quería escuchar eso, menos de gente perdedora que no sabe que para lograr cosas hay que trabajar muy duro en la vida…
Fue un martes, temprano, hacia la fila para sacar mi primer café del día, un poco nervioso, tembloroso en realidad… cuando sacaron al colega Brand en una bolsa negra. El tipo “pasaba de largo” trabajando, no dormía y generalmente no salía a almorzar. Sólo él, su computador y su café. Murió apoyado en el teclado aun con un poco de café en la boca. Ese exquisito café que te energiza para poder seguir, compañero fiel en el trabajo.
Dos días después fue la Sra. Alfonsina y el colega Gallardo. “Mucho trabajo” decían por el pasillo, “mucho trabajo” decía el informe del médico. Era como una epidemia: la gente moría en su escritorio, en el baño, tecleando, recibiendo pedidos, negociando con los proveedores. Todos morían derramando ese café gratis, delicioso, misterioso, al alcance de tu mano, siempre disponible.
Y si, fue ese aroma lo que me envolvió como un manto antes de sentir como mi corazón explotó y mi cabeza se estrelló contra el teclado… el aroma de ese exquisito elixir de muerte...
Todos los derechos reservados. 2019 Kurt Goldman
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