La Boca del Diablo


Sin nada ya que perder, puesto que lo había perdido todo, tome el aviso entre mis manos y subí el cerro a la casa de adobe, esa que queda cerca de la Boca del Diablo.

Eran las 6 de la mañana y se corría la voz que en la Boca del Diablo necesitaban manos para extraer tierra, minerales, no sé… esa era mi oportunidad. Aunque también se corría la voz de que en la Boca del Diablo la gente debía tener mucha suerte para salir ileso, e incluso vivo. Era el trabajo más riesgoso de la región, quizás del país…

La Boca del Diablo no era una mina cualquiera. Era quizás la más informal de las informales… y los viejos que entraban no tenían la certeza de saber si saldrían al final de la jornada (las cifras extraoficiales hablan de al menos 3 muertos al mes, pero eso nadie lo sabe, porque es mejor que no se sepa que existe la mina… y si se sabe, bueno, en realidad a nadie le importa este pueblucho)… aunque por otro lado, se pagaba billete sobre billete al finalizar el día según lo extraído, por eso tanto hermetismo, ya sabe uno lo ambicioso que se ponen los empresarios cuando ven vetas tan generosas como esta…

Mi mente decía que no fuera, y si le preguntaba a cualquier persona del pueblo me habrían dicho lo mismo: que no subiera al cerro. Pero mi estómago insistía, y los recuerdos de mi familia me acosaban cuando estaba mucho tiempo en casa, debía salir, pero no podía… la cosa estaba difícil…

-       Alóooo…
-      
-       Alóooo.. vengo por el aviso…
-       Váyase…
-       No puedo, tengo que trabajar, necesito trabajar…
-      
-       Por favor, una oportunidad…

Se abrió la puerta y se asomó un tipo rudo, minero, de la pampa, con la mirada desafiante, y quizás con un poco de desprecio también.

-       Tienes experiencia hijo?
-       Bueno, trabajo desde los 12 años…
-       En los piques, bajo tierra? En la oscuridad?
-       Bueno, a decir verdad ninguna, pero aprendo rápido y necesito el trabajo…
-       Eres religioso?
-       Cómo???
-       Si eres religioso, si crees en Dios?
-       La verdad que no mucho… menos desde que me quitó a mi hijo y a mi señora, ese año de la enfermedad…
-       Si, fue un mal año…

Tomó unas herramientas y me las tiró a los pies, haciéndome un gesto para seguirlo.

En unos 8 minutos de caminata ya estábamos frente a la Boca del Diablo y nos unimos a una cuadrilla de viejos.

-       Sígueme, observa y aprende
-       Si señor
-       Cualquier cosa no te apartes de mí
-       Si señor
-       Y al final de la jornada repetirás todo lo que yo haga, entendido?
-       Si señor…

Bajamos por unas vías a oscuras, guiados por unos pequeños focos, las luces de las linternas y el ruido de las palas en lo profundo. Pronto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y mi nariz al olor a tierra. luego y de a poco al calor, a la incomodidad, a la humedad, al dolor de manos, dios mío, eso era lo peor. Quizás el peor trabajo de todos…

Sin duda estaba en algún capítulo del libro “sub terra”, eso sí, en pleno siglo 21… cero condiciones de seguridad, de higiene, de comodidad… había que entrar, extraer lo más rápido y duro posible y salir ileso, y cobrar…

Perdí la noción del tiempo y sólo escuchaba las palas y picotas sobre la roca y metal, el sonido de carros y gritos de un lado a otro, pero lo que realmente me llamó la atención fue el olor a azufre y el calor sofocante… los ojos me ardían y me senté como pude en un rincón para tomar un poco de agua.

-       Hijo párese, vamos, sígueme, callado y repite conmigo.
-       Si señor…

Al fin había terminado la jornada y era hora de salir, cobrar u descansar. Pero el calor, el olor a azufre y el resplandor rojizo hicieron que se me erizaran los pelos. La imagen era escalofriante: toda la cuadrilla en filas hacia uno de los túneles principales murmurando como hipnotizados frases que no alcanzaba a escuchar, ante la imagen viva de un ser abominable, me atrevería a decir que era el mismo diablo… bueno, tiene sentido…

-       Nos adoramus magnus dominus – todos al mismo tiempo -
-      
-       Tibi gratias ago tibi opes, aurum et gemmis
-      
-       Tibi gratias ago rex profundis
-       Basta!!! –exclamo la bestia- ¿me han traído la ofrenda? ¿queréis salir vivos de este infierno o no?

Casi al instante los mineros empezaron a mirarse entre sí como buscando a alguien. El pavor me entró cuando todos clavaron sus ojos en mi presencia y uno de los tipos toma mi brazo y me lleva hacia la bestia, lejos de la protección de quien me había contratado…

-       Aquí está la ofrenda, dijo apuntándome.

Mis piernas no respondían y sólo quería gritar, correr, pero ahí estaba, petrificado por el miedo, yo sería la ofrenda y el resto saldría con las riquezas que ya sabía no provenían de la tierra misma…

-       Un momento, él no puede ser sacrificado – dijo quién me contrató – éste hombre perdió a su hijo y esposa en el año de la enfermedad, está marcado con el dolor familiar…

La bestia me miró y dio un paso atrás… giró y miró a quien me llevó del brazo ante él y de un zarpazo dejo su corazón expuesto. El tipo gritó durante unos segundos y luego cayó… la bestia lo tomo del pie y lo arrastró hasta el fondo del túnel donde empezó a devorarlo, mientras todo el resto tomó sus herramientas y caminando lentamente enfilaba hacia la salida con la recompensa del día.

-       Gracias… –aunque traté, no pude recordar su nombre en ese momento –
-       De nada hijo, vamos a casa, hay que descansar, mañana será un día duro…
-       Que pasó?? Por qué no me comió la bestia…?

Mi pregunta hizo que su cara endurecida mostrara la primera y quizás la única sonrisa que le conocería…

-       La verdad hijo es que la gente con un dolor en el alma se vuelve amarga, y a nadie le gusta la carne amarga, no?
-       No señor, claro que no…
-       Así es hijo… ya, vete, que mañana debemos reclutar nuevas ofrendas…


Todos los derechos reservados. 2019 Kurt Goldman

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