Cultura
Cuentan
que algo extraño ocurre en las organizaciones antiguas que velan por la salud
de otros. Se dice que las enfermedades de las personas se quedan en el hospital
y que las personas se recuperan por el aliento de vida de quien lo atendió.
Dicen que es parte del equilibrio, que es inevitable y necesario. Vaya uno a
creer…
***
Ya
había pasado un año desde que Alex había aceptado el trabajo. Una persona en su
sano juicio se habría dado cuenta de que algo andaba mal, pero el aire espeso y
húmedo del hospital no dejaba pensar. Al primer día es poco lo que se puede
distinguir, pero un observador ávido habría notado las ojeras y los hombros
caídos de las personas, como si el peso de algo invisible los cargara hacia la
tierra. De ahí el sonido de los zapatos resbalando en el piso. Ese sonido…
Alex
entró al Hospital como jefe del banco de sangre. Hoy es posible jactarse de la
ironía de tal situación, ya que dicen que la sangre es la vida misma que corre
por nuestras venas. Alex había pensado formas de mejorar el trabajo, de mejorar
la calidad, de satisfacer las necesidades de sus colaboradores. Hablaría con
las personas, confiado que la sinceridad, la franca comunicación y el respeto
consolidarían al equipo. Alex era de esas personas con el entusiasmo idealista
de quien no conocía el trabajo en terreno, ya que se había dedicado únicamente
a estudiar. Pensaba que él era el hombre que podía cambiar la cultura de la que
tanto se hablaba en el hospital. Sin embargo, la excesiva burocracia, y el
trabajo acumulado hacían imposible encontrar el tiempo para reunirse con su
gente o proponer sus ideas.
A
la semana en el cargo, Alex hizo su primera evaluación: el trabajo se estaba
realizando, lento pero de acuerdo al sistema. Los formularios, polvorientos y
antiguos estaban correctamente transformados en registros y ordenados de la
misma forma que hace unos 15 años atrás. “bueno, así se ha hecho siempre”
pensaba Alex mientras trataba de calentarse con su té mientras observaba el
entrar y salir de su gente.
El
trato con su gente no era malo. Ni bueno. La gente lo escuchaba de igual forma
como se escucha el roce de una hoja cuando cae al suelo, o cuando los frascos
de éter se guardan en las repisas. La mirada vacía, y el silencio hacían que
Alex perdiera lentamente el interés por motivar al cambio. Todo acompañado de
esa brisa helada que le calaba los huesos en medio de la sala de reuniones.
***
Ya
había pasado un año desde que Alex había aceptado el trabajo y sus pasos eran más
pesados que antes. Se abrigaba más de lo que acostumbraba, sobre todo en las
mañanas y compró lentes para leer, los que olvidaba de vez en cuando en el baño
o en el laboratorio.
Hoy
es posible ver a Alex si se mira con atención. Entre la gente de caminar lento
y pausado, de colores grises y marrones. Ahí, en medio. A veces no se nota. A
veces ni se siente, pero está ahí. Todos lo saben, él es el jefe, el joven que
llegó con ideas de cambio, al que su propio cargo le exprimió la sangre fresca
y se la cambió por el lento fluir de una cultura arraigada en los pasillos,
camillas y estantes llenos de burocracia...
Todos los derechos reservados. 2019 Kurt Goldman
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