Sumergidos

Difícil calcularlo, pero debemos ser unos 30 o 40 compatriotas a bordo. Tampoco sé cuánto tiempo llevamos viajando. ¿serán 4 o 5 días? No lo sé ¿es día o noche?, tampoco lo sé.

Cierro los ojos medio mareado y recuerdo el día que nos reclutaron. El joven llegó en bicicleta a la plaza y gritó a viva voz “Se necesitan operadores, electricistas, y otros profesionales. Buen pago y condiciones laborales. Disponibilidad para establecerse a otro país. Viaje hoy mismo”. No fue coincidencia el que yo estuviera así, así como los otros ochenta compatriotas, leyendo el periódico, buscando ofertas laborales, ofreciendo servicios que sabíamos otros no podían pagar porque estaban en la misma situación que uno. Cesantes y quemando los últimos cartuchos de esperanza.

Varios corrimos donde el joven de la bicicleta. El muchacho se asustó y con los brazos extendidos como para evitar que lo arrolláramos señaló que debíamos presentarnos en el muelle hasta las 20 hrs.

Tenía unas horas antes de eso, así que aproveché de armar mi bolso, mis papeles, mis antecedentes. Llevo también mi diploma, para demostrar que tenía las competencias. No sé si ser abogado en otro país es más complejo, por lo que debía llevar antecedentes que me ayudaran a ganarme un puesto.

Hice la fila para entregar antecedentes. Un descuido y me paso al puesto de adelante, tratando de asegurar mi viaje. Llego a la mesa y el reclutador me hace un par de preguntas simples, las que respondí sin problemas. El hombre timbra unos papeles y me dice que “todo está ok”.

En la prisa por presentarme a la oferta laboral, olvidé comer algo. “Es lógico que nos darán algo en el viaje, es lo típico”. Así que me senté en mi bolso, al costado del muelle.

Llegue a contar unas 60 personas, pero hay muchas más. “Que suerte saber que la situación de otros países es mejor que la nuestra”, pensé, mientras repasaba con la mirada a mis compañeros de viaje. Me bastaron algunos minutos para averiguar que la chica del sombrero era enfermera, el señor de lentes ingeniero de telecomunicaciones y la joven con trenzas era arquitecta.

La gente quedo en silencio, se levantó de donde estaba esperando y se puso a caminar. Creo haber escuchado un “todos a bordo” poco antes del pitido del buque.

Partimos apresurados y subimos a un barco un poco tosco para ser crucero… los marineros con rostro malagestado nos miraban en silencio, señalando el camino que debíamos tomar. Entramos por un pasillo improvisado con latas. Oscuro. Giro a la izquierda, giro a la derecha y en la penumbra finalmente vi algo que parecía unas puertas.

Un tipo con una lista en mano señalaba donde debíamos ingresar. “tú, a la derecha” me dijo y con algo de dificultad entre a una sala o habitación grande, iluminada sutilmente por los rayos de luz que ingresaban por unos orificios en la pared. Apenas pongo el segundo pie, la puerta tras mío se cerró violentamente, seguido de ruidos metálicos que claramente habían dejado cerrada la habitación por fuera.

Abrí los ojos con ganas de que todo esto que estaba pasando no fuera cierto, que fuera un mal sueño. Pero no lo era. Ahí estábamos: hacinados, hambrientos, enfermos, dentro de un container que nos llevaba cual ganado al matadero, engañados con un futuro mejor, para servir quizás a una empresa maldita, explotadora… ya no tenía fuerzas para llorar. Había llorado y gritado suficiente como para consumir mis últimas fuerzas…

Un estruendo me despertó de repente, un sonido de cadenas gruesas en el techo. Todos quedamos aterrados, pensando en que podría estar pasando. El sonido de las cadenas se detuvo y dio paso a un golpe seco que agitó a todo el container, haciendo que los pocos que estaban de pie cayeran al piso lleno de desechos humanos. Era evidente que nos estaban jalando con una grúa.

¿Habremos llegado?, ¿será este el fin de la travesía? Ya lo habría querido así… Una voz sonó fuerte y preocupada en el barco: “¡nos descubrieron!”. Los gritos y sonidos de máquinas moviéndose fueron la señal más evidente del fin.

El container seguía moviéndose, subiendo unos 7 u 8 metros desde el piso en el que estábamos hasta que se detuvo. El efecto péndulo hizo que el container se moviera, golpeándonos contra las paredes metálicas, mientras se sumaba un nuevo sonido, el de balizas militares. Apareció esa última gota de esperanza que se pierde siempre al final.

Comenzamos a golpear las paredes del container tratando de dar señales de vida. El rescate era inminente. Apenas se empezó a detener el movimiento y las balizas sonaron más fuertes, un “click” basto para destruir toda esperanza. Y la gravedad hizo lo suyo, llevando nuestros cuerpos al techo del container por unos 3 segundos antes de golpear violentamente el mar. El agua empezó a entrar por todos los orificios del container, hundiéndonos rápidamente.


Quizás fueron unos 6 o 7 minutos lo que demoró el mar en tragarnos. En deshacerse de las evidencias. Los gritos se empezaron a sumergir en las frías y saladas aguas de mar. Los últimos 2 minutos de oxigeno los compartí con el señor de lentes y la chica con trenzas. En silencio, aferrados entre nosotros mismos, pensando quizás en que al final esto era mejor que la dura cesantía de la que veníamos, o las condiciones laborales a las que habríamos llegado…


Todos los derechos reservados. 2020 Kurt Goldman

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