Experimentando
Desperté con un fuerte dolor de cabeza y con los ojos
imposibles del ardor. Ciego completamente. Con la nariz irritada y la lengua un
poco hinchada.
Estaba en una especie de cama, de metal con una sabanilla
encima. Me senté como pude y tantee lo que había a mi alrededor. Trate de tocar
y no había nada. Las paredes eran frías y lisas. El suelo igual. No lograba
distinguir más que luces y sombras, a duras penas, porque cada vez que
intentaba abrir los ojos el dolor me superaba.
Ante la ceguera mis otros sentidos se empezaron a agudizar.
Sentía el olor a hospital, sangre o remedios, no se como describirlo. Y los
ruidos eran cada vez más nítidos. Sonido de carros metálicos, botellas chocando
y gritos. Estos últimos eran de personas que habitaban las piezas aledañas. Yo
también quería gritar pero estaba mas preocupado de entender lo que estaba
pasando.
Lo ultimo que recuerdo es que estaba en el laboratorio,
en el piso 13 del corporativo. Yo no soy científico ni nada de eso. Soy
estafeta. Y estaba en el laboratorio porque debía llevar unos encargos. Ingresé
como todas las semanas llevando dos cajas y una carpeta. La señora en la
oficina de partes me dice que suba por el ascensor. Lo raro no me hizo firmar
el ingreso. Claro, ya me conocían…
El dolor de cabeza sólo podría explicarse por un golpe
seco al salir de ascensor. Y luego oscuridad, y luego esta condición: ciego y
adolorido…
Me apegué a lo que parecía una puerta y escuché los
gritos y lamentos. Muy extraño todo. Alguien sollozaba sin emitir palabras,
como si estuviese amordazada. Por el otro lado alguien gritaba “mis piernas,
donde están mis piernas”. Eso me dio un escalofrío. Retrocedí unos pasos y topé
con la camilla. Mis ojos me dolían como si me hubiesen echado ácido. Me subí a
la camilla y me recosté esperando que alguien llegara a atenderme. Pensaba “si
estoy acá, me están atendiendo… debí haber sufrido un accidente y aquí estoy en
recuperación” eso me tranquilizó un poco.
Deben haber pasado unos 20 minutos, pero para mi fueron
unas 10 horas. De vez en cuando alguien se paseaba por los pasillos fuera de la
habitación. Pero nada. Grité en un par de oportunidades pero nada. Me dormí…
Probablemente pasaron 2 horas cuando abren la puerta de
la habitación. Al menos tres personas, quizás cuatro. Trate de abrir los ojos y
vi sombras, al menos mas que antes. Esas sombras se acercaron a mi, trate de
hablar y me contuvieron a la camilla mientras una de las sombras acercó algo a
mi rostro y vertió algo en mis ojos que me hizo gritar de dolor. Tomaron
algunas notas y se fueron… ahí quedé nuevamente, peor que antes… esta rutina se
repitió cada 2 horas, durante una eternidad…
La desesperanza finalizó cuando sin motivo aparente se
acabó el suplicio. Pasaban las horas y nadie apareció. Los ojos empezaron a
desinflamarse. El dolor era menos intenso. Dolía pero menos. Los gritos
alrededor cesaron. Gente por los pasillos, luces y sombras. Entran en la
habitación “acá hay otro” dijo un hombre con voz militar, mientras otros dos me
tomaron por los brazos y me sacaron sentándome en una silla de ruedas. A ritmo
rápido salí empujado por estos militares mientras había ruido de multitud y
flashes. Muchas fotografías, eso deduje por los flashes y los clicks, antes de
que me subieran a la ambulancia. Habían pasado 2 meses de sufrimiento. Me lo
dijo la enfermera antes de desmayarme…
Desperté a la semana con algunas vías en los brazos. En
una camilla de verdad, de hospital. “tiene suerte, mucha suerte” dijo la
enfermera, mientras le subía el volumen a la televisión que mostraba una imagen
mía, saliendo del laboratorio en silla de ruedas en medio de un operativo
policial que había sido el tema de moda en el último mes… apreté las sábanas por
la adrenalina que recorrió mi espalda al saber que había sido violentado de tal
manera…
Bajé el volumen y miré al costado, enojado con la vida
pero agradecido por haber sobrevivido, mientras en las noticias los
parlamentarios de ambos bandos celebraban la aprobación de la “Ley conejo” que prohibía,
irónicamente, la experimentación en humanos…
Todos los derechos reservados. 2019 Kurt Goldman
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