Fuga


Cada día me levanto a las 5:45 am, y sigo la misma rutina desde hace 9 años y 3 meses.

Recuerdo perfectamente la fecha porque fue hace ya 9 años y 3 meses cuando decidí liberarme de la presión de las drogas y de las etiquetas. Pero ya me liberé.

Todos los días, sin falta, tomo desayuno mientras leo el diario, que, curiosamente, tiene siempre las mismas malas noticias… “el mundo no cambia” – pensé –

A las 07 am salgo de mi habitación y camino presuroso a la salida del hostal, o pensión, la verdad es que no sé qué es… sólo sé que vive más gente, que me saluda, yo no los reconozco, los evito. Así es más fácil. Si ellos no me reconocen, no podrán decirle a mi familia donde he estado los últimos 9 años con 3 meses, donde he vivido desde que me liberé.

Gonzalo parece ser el dueño del hostal… o quizás lo es Virginia, siempre los veo juntos. Me saludan, me miran amablemente, pero los evito. Los he hecho los últimos 9 años y 3 meses.

Me gusta caminar, camino varia cuadras, no sé cómo se llaman las calles, y no necesito saberlo, porque me sé el camino de memoria tanto de ida al trabajo como de vuelta a mi habitación.

Llego puntualmente a la oficina y me siento en mi escritorio. Sinceramente es mi trabajo soñado. No sé cuál es el piso en el que trabajo, pero es un edificio grande. Bien moderno. A veces me encuentro con don Cristobal, el Gerente General, quien me saluda y sigue en lo suyo. Es un tipo elegante, de corbata, de sombrero… siempre ocupado, claramente en cosas importantes, cosas de gerentes.

De compañeros no se mucho. Sé que están ahí, pero la verdad es que no veo sus rostros “¿estaré necesitando lentes?”, quizás… sólo veo sus siluetas, y la verdad es que nunca he conversado con alguno de ellos. Quizás lo he hecho, pero no me acuerdo. ¡Claro que sí!, bueno, quizás... incluso debo tener algún amigo en el trabajo… no lo tengo muy claro... bueno, paso muy ocupado en mis cosas. Cosas importantes… ¿importantes? Mmm… deben ser… no lo recuerdo.

Ahí estoy siempre hasta las 16 horas. Tomo mis pocas cosas y me retiro. Camino apurado al hostal para evitar que me encuentre mi familia. Miro hacia los lados, hacia atrás… solo por precaución. Sé qué si me encuentran, me devolverán al hospital, me harán tomar nuevamente las pastillas… no lo necesito.

Acelero el paso. Siento que me siguen. Siempre lo hacen. Me miran. Hablan sobre mí. Nunca los he escuchado, pero lo sé. Me miran con desprecio, o quizás tristeza. O ambos.

Me detuve en la entrada de la pastelería porque tiene un espejo que me permite mirar quien sigue mis pasos. Podría ser cualquier persona, todos me buscan. O tal vez me esté siguiendo mi hijo, al que hace 9 años y 3 meses que no lo veo, y prefiero que siga así. Si me encuentra me devolverá a la esclavitud de las pastillas, y eso no es lo que deseo. Ya me liberé. Eso ya hace 9 años y 3 meses.

Volví a ponerme en la ruta hacia el hostal. Quedaban 4 o 5 cuadras quizás antes de llegar. De ponerme a salvo.

Pero algo no iba bien.

Por un momento, los perros dejaron de ladrar y las aves batieron sus alas como si fueran en cámara lenta. La chica al otro lado de la calle dejo caer su café al tiempo que sentí como mi cuerpo daba cuenta de un golpe de magnitud y de una caída a varios metros de donde estaba… luego todo se fue a negro.

-        Papá, papá… ¿me escuchas? estas bien? Soy Gonzalo, tu hijo… ¿me reconoces?

Trate de incorporarme, de sentarme, pero el dolor de cuerpo me impedía siquiera mirarlo con atención a los ojos.

-        “¿Dónde estoy? ¿Qué me paso?” Pregunté como pude.
-        Papá, estas en casa. Un taxi te acaba de atropellar.
-        Pero… ¿cómo me encontraste?

La frustración fue más grande que el dolor. Había pasado tanto tiempo escapando, haciendo mi vida, trabajando, viviendo bien. 9 años y 3 meses de buena vida para que todo terminara por un descuido al cruzar la calle. Que mala suerte.

-       Llevábamos horas buscándote papá. Esta vez te perdiste por más tiempo, llegaste más lejos. Con Virginia salimos a buscarte y no te encontramos donde sueles ir, al parque y a la tienda de repuestos. Gracias a dios don Cristobal, el guardia del edificio en construcción nos dijo que te vio deambular por la avenida central. Nos apresuramos, pero nada. Hasta que supimos del accidente. Gracias a Dios que estas bien.

Noté en el discurso un tono que no me gustó. Una mezcla de preocupación con recriminación, como cuando regañas a un niño por algo que no debió hacer… ¿Qué se imagina este hombre? ¡Tratarme así después de tanto tiempo... y más encima a su padre!!! Ese que decía ser mi hijo no se comportaba como tal. Le faltaba una buena dosis de respeto.

Como intuí, tomó un vaso de agua y un par de pastillas de colores. Me las puso en la boca y me acercó el vaso. Me sentía tan mal que le dejé hacer, con la esperanza de aliviar un poco el dolor que sentía.

Buena decisión. El analgésico empezó a hacer efecto y empecé a cerrar los ojos. Se sentó al borde de la cama, tomó mi mano al tiempo que inició una extraña conversación con la mujer:

-        Gonzalo, ¿Qué dijo el médico? – preguntó Virginia –.
-        Nada importante…
-        Vamos, soy tu esposa, y él es mi suegro… yo también tengo derecho a saber….
-      Tienes razón… esta es la "fuga disociativa" más grande que ha tenido y todo porque no tomó su medicamento. No debí confiar en que la tomaría, no debí viajar…
-       Podría haber sido peor, no crees...
-      Si, podría haber sido peor… de todas maneras me alegro de haberlo encontrado tan rápido… de todas maneras fueron las 9 horas y 3 minutos más largos y preocupantes de mi vida…


Todos los derechos reservados. 2020 Kurt Goldman

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