Podrida
Se
despertó de la picazón en las piernas y brazos. “Maldita alergia” decía junto
con maldecir, como hace ya harto tiempo a la primavera, al polen y al poco
tiempo que le quedaba para dormir. Se levantó para tomar una pastilla y frente
al espejo vio una versión de sí misma con la piel palidecida, amarillenta y
medio seca, seguramente por el poco descanso y las exigencias de ese trabajo
que no le llenaba del todo.
Una hora
y media más tarde, ya estaba lista para el trabajo. Pero sus hijos aun no lo
estaban para el colegio. Los gritos, el desorden, los asuntos pendientes y un
sinfín de otras presiones despertó esa comezón en su espalda y ese dolor de
cabeza que le hacía odiar la vida que hace rato venía arrastrando… “no puedo
pensar eso, soy la madre, debo estar bien por ellos”, y mientras trataba de
sonreír, otro escalofrío le recorrió la espalda, como escarbándole la columna.
Lo normal
era esperar unos 15 minutos en el atochamiento de la avenida que conectaba con
la autopista, lo que sumado con esas ideas culposas como “si fuera mejor madre”
o “si me dedicara más a mi trabajo” no hicieron más que irritarle el ojo y la
mejilla derecha… “maldita alergia” pensaba mientras se rascaba. En un descuido
arrancó un poco de piel de su rostro corriendo el perfecto maquillaje que debía
mantener durante todo el día, ya que era lo que se esperaba de ella… “diablos,
me tendré que maquillar de nuevo” pensó mirándose en el espejo retrovisor. Pasó
sus dedos por la pequeña herida y no vio sangre en sus dedos, sino un líquido
amarillento, un poco espeso y de mal olor… ¡AVANCE SEÑORA! Le gritó un tipo
mientras tocaba la bocina del auto, lo que la devolvió a la realidad, una
realidad que empezaba a envolverse de un olor extraño… bajó un poco el vidrio y
problema resuelto.
Saludó
como de costumbre al personal de guardia y se encaminó a las escaleras, que
cada vez se hicieron más pesadas. “Debe ser la edad” pensó. Sus piernas estaban
medio adormecidas y con algunos moretones. “seguramente es la mala circulación”
pensó…
En su
escritorio le esperaban varias carpetas nuevas, sobre esas que había dejado el
día anterior. “No puede ser, más trabajo”… se dejó caer en la silla cuando la
comezón se presentó en sus manos. Una picazón un poco dolorosa le recorría desde
el dedo meñique hasta el codo, con esa sensación que hace al menos un mes venia
persiguiéndola, haciéndose cada vez más persistente, como de incomodidad con su
propio cuerpo, algo extraño…
Las cosas
en su trabajo se dieron, ese día, de la misma forma como venían dándose hace un
par de años: le exigían cumplir con metas que difícilmente podía alcanzar
porque su jefe era alguien inexistente, cero apoyo, cero presencia. Además, en
su equipo de reportes directos la envidia, el chisme y las excusas para no
hacer el trabajo eran “pan de cada día”. Sus pares no la validaban y por más
que trataba de avanzar, alguien le hacía tropezar. Lo mismo día tras día…
Sumémosle
que las bromas e insinuaciones de corte sexual eran algo normal. Eso de la
igualdad y el respeto parece que solo eran letra muerta en las políticas de la
empresa. Esa sensación incomoda de estar donde no quiero estar se traducía en ese
dolor muscular y reflujo nocturno que entre otros síntomas configuraban una
suerte de llamado de atención.
Siendo
sincera, ella odiaba su vida. Estaba cansada. A ratos desesperada. Ya no era
solo el trabajo. Era ese montón de situaciones que no encajaban en su idea de
vida perfecta. Su vida no era perfecta, pero debía aparentar, ser la mujer
fuerte, al menos que se viera por fuera… todo para no darle más material a las
colegas que hacen festín con los problemas ajenos.
Quería
renunciar, pero no podía. ¿Quién te contrata cuando tienes más de 40 años y
experiencia en solo un par de empresas…? los tiempos no están para eso. Menos
cuando tienes que mantener tu casa, hijos, colegios, prestamos, deudas, entre
otros.
Sólo
pensar en todo eso, hacía que la picazón y esa sensación extraña en los
músculos aparecieran. Primero en las piernas y luego en los brazos. Aunque no
en ese orden necesariamente. Algunas veces sentía como si algo le recorriera
por dentro, otras, como si los músculos se movieran involuntariamente, un
hormigueo o algo así.
A veces se
encerraba a llorar en el baño, mientras se rascaba las piernas o el cuello. A veces
solo quedaba en blanco mirando a la nada, esperando quizás que mágicamente su
vida fuera distinta.
Casi eran
las 5 de la tarde y aun se encontraba bajo un montón de trabajo, exigencias y sin
posibilidad de almorzar. Hace varios días que no tenía ganas de comer. No tenía
tiempo y cuando lograba tener un espacio un sabor amargo en la boca se lo
impedía. “debe ser el mismo estrés…”
Con los
nervios de punta y con la sensación de “no poder avanzar”, se resignó una vez
más, así como hace tanto tiempo. “Parece que otra vez me quedaré hasta tarde”
pensó. Se estiró en la silla de su escritorio y sintió como ese escalofrío le
recorrió la espalda, hombro y brazo. Se miró y le pareció ver que uno de los
pequeños bultos bajo su piel estaba moviéndose en su brazo izquierdo… se rascó
con tanta fuerza que logró arrancarse la piel, despegándola de lo que parecían ser
sus músculos… pero no había sangre, sino una especie de líquido amarillento
sobre un musculo ennegrecido y en algunas zonas seco, ahuecado, como cuando un
tronco se pudre en la humedad del bosque… y ese olor fuerte, a descomposición,
le generó un par de arcadas que trato de disimular…
Aterrorizada,
pero en shock solo atinó a taparse la herida con un paño para revisarse en el
baño con mayor privacidad. Caminó rápido mientras se rascaba el abdomen. Cerró la
puerta del baño y se miró al espejo. El olor inundó el baño. La piel
amarillenta y reseca se estaba cayendo casi en todo el cuerpo, carcomido por pequeños
gusanos que eran arrastrados por el agua con la que intentaba lavar sus heridas.
Cansada y
asqueada se dejó caer al suelo. Dejó su mirada fija en la pared. Quizás fue ese
el momento en que empezó a entender… Toda una vida aparentando, soportando
mientras por dentro se estaba pudriendo. Se rindió, se resignó. La comezón desapareció.
Todos los derechos reservados. 2019 Kurt Goldman
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